Al otro lado del Castillo

Por Luis Fernando Afanador (Revista Semana)

Hubo una época en que los secuestros escandalizaban y conmovían a toda Colombia. Y se podían contar con los dedos de una mano: Oliverio Lara, Harold Eder y Diego Echavarría. Este último inspira la última novela de Jorge Franco, El mundo de afuera. El empresario y filántropo antioqueño fue secuestrado el 8 de agosto de 1971 por un delincuente común conocido como el Mono Trejos. Mes y medio después fue encontrado su cadáver “en una finca cercana a un barrio que llevaba el nombre de Alejandro Echavarría, su padre”. El secuestro ocurrió a la entrada de su residencia en el Poblado, un castillo de estilo gótico medieval, a la manera de los castillos de Loira, en Francia, construido por el arquitecto Nel Rodríguez en 1930.

Más que el secuestro, a Jorge Franco parece atraerle la época en que sucedieron los hechos: una Medellín de 700.000 habitantes, todavía pacífica, aunque no idílica: “Abajo, al fondo, el valle se parte en dos por un río que suelta los olores y sobre el que revolotean los gallinazos atentos a lo que salga de las alcantarillas”. Es la Medellín de su infancia, la del niño vecino del Castillo que alimenta sus fantasías con sus torres y sus recovecos y con la princesita que se pasea por sus jardines y sus bosques. “Parte de la narración es el mundo fantástico de la niña que vive en el castillo, la hija de don Diego, Isolda; cómo vive su mundo y cómo imagina el que está afuera. El contraste es que hay un mundo afuera de ese castillo que tiene una realidad muy diferente a la que ella percibe en ese ambiente familiar”, ha dicho Jorge Franco.

El personaje de Isolda le permite a Jorge Franco tomar distancia con el realismo y las lagunas en el episodio del secuestro, le dan licencia para separarse de los hechos e inventar libremente. El Mono Trejos se convierte en el Mono Riascos y tenemos, entonces, una historia basada en la realidad pero ficticia. Bueno, pero eso es la literatura, de eso se trata, “la verdad de las mentiras”, como dijo Mario Vargas Llosa. A los historiadores les corresponderá establecer qué porcentaje es real y a nosotros, qué tratan de decirnos estos personajes, por cierto, bastante creíbles y convincentes.

De entrada, es un mérito mantener la intriga cuando ya conocemos el desenlace de la historia y esta novela lo consigue mediante flashbacks hacia el pasado de los personajes o a ciertos momentos de sus vidas que nos permiten conocerlos mejor. ¿Quiénes son ellos? ¿Qué misterioso azar los une? La intriga se desplaza y por eso al final no nos interesa saber cómo se resolvió el secuestro, cómo se dispararon las balas, sino de qué manera distinta e irreconciliable Don Diego y el Mono Riascos amaban a Isolda. El mundo de afuera habla de las obsesiones que se cruzan y nos arrastran a la derrota.

El Mono Riascos no puede ser más patético: quería secuestrar a Isolda pero le tocó conformarse con su padre; dirige una improvisada banda que se burla de él porque sospecha de su autoproclamada hombría, su afición a recitar los poemas de Julio Flórez y su eficacia como jefe: los tiene aguantando hambre. Don Diego, un melómano profundamente conservador, tiene que terminar aceptando de mala gana un concubinato con una alemana bastante liberal en sus costumbres y fracasa en el proyecto de su vida: crear un enclave cultural europeo que proteja a su familia del mundo bárbaro de afuera. Irónicamente, termina a merced del más chapucero de los bandidos, pero la dignidad y la entereza con la cual afronta su cautiverio lo reivindican. A Twiggy – ¡qué personaje!- la ladrona que funge como novia del Mono Riascos y que poco a poco irá descubriendo su sórdido secreto, el destino también le tiene reservada una broma. El vidente belga –sí: hay un vidente- tampoco acierta del todo y la incompetente policía se va aproximando a los secuestradores sin quererlo o quizá por causa de otra broma del destino.

Los personajes, la forma irreverente e intensa en que se vuelve a contar una historia ya contada que nos habla de un país que ya no existe –hasta los delincuentes eran más ingenuos- justifican esta novela.