El Cultural, España

Con cada nuevo título, se consolida el colombiano Jorge Franco (Medellín, 1962) como uno de los autores contemporáneos de referencia en el panorama hispanoamericano. Santa suerte no desentona en una trayectoria de obras tan notables como Paraíso Travel, Melodrama o Rosario Tijeras. Su formación de literato-cineasta, familiarizado con formatos televisivos, le hace concebir sus narraciones como artefactos veloces y bien medidos que buscan un retrato esencial de los personajes y los acontecimientos. Y puede decirse que en Santa suerte, con su ágil alternancia de secuencias breves (72 capítulos), ha pretendido extremar aún más la esencialidad. Un riesgo que se equilibra y deja de ser tal, al tratarse de un autor de afinado oído para la gracia de culebrón del habla cotidiana, y por cuya voz nos llegan todavía los grandes y caudalosos maestros de la narrativa colombiana.

Santa suerte cuenta con detalle la historia de tres hermanas (Leticia, Amanda y Jennifer), que se describen sucesivamente como “la que cometió una locura”, “la que espera una llamada” y “la que inventa dolores”. Pero de lo que Jorge Franco parece querer hablarnos es de esa apuesta seria y arriesgada en que consiste la vida, una apuesta en la que se pone todo el empeño y que va acompañada, inevitablemente, de tintes tragicómicos, cuando no desemboca directamente -como en el caso de estas hermanas que se confiesan ante el lector- en el infortunio y en el daño irreparable. No es extraño que la novela tenga por inicio el incendio inextinguible de una vivienda. Franco describe como pocos esos matriarcados en los que mujeres de origen humilde, campesino, aparentemente fuertes y decididas, dan un paso adelante para mejorar su situación y tomar caminos que, irremediablemente, las convierten en meros y frágiles juguetes del destino. Todas sus bazas y ardides (incluso fraudes y engaños en el caso de la autolesionada Jennifer) se revelan inútiles. Quizá sea porque, desde los inicios, sus precarias cartas estaban ya echadas o predestinadas. El caso de Amanda, abandonada para siempre por un amante mucho más joven que ella, con el que apenas se encontró en unas pocas citas clandestinas, y de quien espera inútilmente una llamada, es paradigmático de esta situación existencial de quiebra y pérdida irreparable de por vida :“Hice de mí un campo de concentración en el que fui a la vez torturadora y torturada”. Pérdidas como la del bebé de Jennifer, que propician poderosas sentencias: “Hay muertes que Dios nos debería consultar”. Sin embargo, lejos de caer en la solemnidad o en un aire sombrío, Jorge Franco entrecruza toda la novela con un vivo sentido del humor aplicado a las costumbres y las creencias populares de sus compatriotas y su sentimentalidad de bolero y telenovela. Aunque, de fondo, pone en cuestión el gran asunto de si el hombre es dueño de su destino y deja abierta ante el lector una inquietante pregunta: ¿de qué depende la buena o la mala fortuna?