El Quijote: una mirada americana

El tiempo. Lecturas fin de semana.

A finales de 2004 se editó en España, por solicitud del BBVA, un libro para conmemorar la publicación de la primera parte de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, hace ya 400 años, un mes de enero de 1605, en la pequeña imprenta madrileña de Juan de la Cuesta. Este fue el comienzo de una celebración anticipada, y seguramente un libro más entre los muchos que han salido y saldrán este año para homenajear la aparición de uno de los textos más trascendentales de la literatura universal. Sin embargo, de todos los eventos y escritos conmemorativos, este del BBVA tiene la atractiva particularidad de recoger textos de escritores latinoamericanos, voces del presente y del pasado, nacidos desde México hasta el Cono Sur. De ahí su título: El Quijote, una mirada americana.

Los editores quisieron buscar el influjo que tuvo esta obra de Cervantes en tierras americanas, pero Rosa Regàs, la única española que participa en el libro, con un excelente prólogo, amplía las intenciones y las expectativas de esta invitación. Para ella esta “mirada americana” es el regreso de El Quijote, 400 años después, a la orilla del océano de donde partió, luego de enriquecer durante siglos lo que Carlos Fuentes ha llamado el “territorio de la Mancha”, un territorio que, según Rosa Regàs, abarca “no sólo la tierra y la inteligencia de todos los que hablamos y escribimos en la lengua de Cervantes, sino de todos los que en cualquier idioma hemos creado y recreado en tantas ocasiones los paisajes, los personajes y los sueños de don Quijote, aportando nuestra peculiar y original interpretación elaborada con los elementos que tenemos a nuestro alcance”.

A través de poemas, cuentos y ensayos, plasman el reflejo de El Quijote en nuestros pueblos americanos los escritores Sealtiel Alatriste, Juan José Arreola, Adolfo Bioy Casares, Jorge Luis Borges, Rubén Darío, Jorge Franco, Carlos Fuentes, Adriano González León, Tomás Eloy Martínez, Ezequiel Martínez Estrada, Juan Carlos Onetti, Octavio Paz, Augusto Roa Bastos, Ernesto Sabato, Marcela Serrano y Mario Vargas Llosa.

El libro lo abre Octavio Paz, con un poema que alude al retrato de Dulcinea, de Marcel Duchamp, y donde sintetiza el alcance de la mujer sin par idealizada por don Quijote: “La mente es una cámara de espejos;/invisible en el cuadro, Dulcinea/perdura: fue mujer y ya es idea.” Sealtiel Alatriste plantea hipótesis lúcidas sobre el origen de la historia de El Quijote y del personaje, establece una analogía entre el descubrimiento de América por una España sumida en la incertidumbre y el descubrimiento de un género, la novela, por parte de un Cervantes, también vacilante. Carlos Fuentes, conocedor como pocos de este tema, pondera el valor polifónico de El Quijote y la define como una novela de incertidumbres en la que predominan las ambivalencias respecto a la autoría, los personajes, lugares y nombres. La incertidumbre va apoyada de la combinación de géneros: novela épica, picaresca, de caballería, romance medieval, novela dentro de la novela, cuento dentro de la novela, tradiciones orales y orientales, dualidades, duplicidades, ingredientes que suman para hacer grande a El Quijote.

Lo exalta el nicaragüense Rubén Darío con versos rogativos de su poema Letanías de Nuestro Señor Don Quijote; el venezolano Adriano González León opta también por Dulcinea, la “cruel y alabada” que no responde a los ruegos del amor. Y Borges combina dos de sus más grandes obsesiones, don Quijote y los sueños, en el poema Sueña Alonso Quijano, “El hidalgo fue un sueño de Cervantes/y don Quijote un sueño del hidalgo./El doble sueño los confunde y algo/está pasando que pasó mucho antes.” Este poema es el abrebocas del examen técnico, según sus propias palabras, que hace Borges del último capítulo del Quijote. La idea es la misma del poema: don Quijote muere en el sueño y despierta para morir como Alonso Quijano, en un capítulo final que no esconde el dolor de Cervantes, “que sabe que va a separarse de su amigo de años”.

Mario Vargas Llosa es tal vez el escritor que mejor conoce, en la teoría y en la práctica, los cimientos y andamiajes del género novelístico, y con este conocimiento se adentra en la estructura de la novela de Cervantes. Juan Carlos Onetti destaca la importancia del Quijote como un “ejemplo supremo de libertad y de ansia de libertad”, si de Onetti hubiera dependido, habría hecho del Quijote una lectura obligatoria para que nuestro mundo fuera “un poco mejor, menos ciego y menos egoísta”. Adolfo Bioy Casares confiesa que se hizo escritor después la lectura del primer capítulo del Quijote, y establece un paralelo entre la primera salida del personaje en busca de aventuras y su salida, la de Bioy, a buscar nuevas lecturas luego de haber leído toda la novela.

Marcela Serrano se mete en la piel de Dulcinea y en primera persona habla en nombre ella y de todas la mujeres del mundo, y habla de su fortuna cuando se convirtió en la obsesión de aquel Caballero Andante. Cierra con una de las cartas de amor más bellas de toda la literatura, la de don Quijote a la del Toboso, su “bella ingrata, amada enemiga mía”. Tomás Eloy Martínez cuestiona los límites de la realidad, tanto en lo real como en la ficción, y la justificación más clara es la forma como don Quijote no corrige la realidad que le tocó en suerte, sino que compone otra en la que “la verdad no es la de los sentidos sino la de los sentimientos”. Y de lo quijotesco de haber escrito el Quijote, escribe Ernesto Sabato, de cuando la locura se convierte en un don, de cómo esta novela fue escrita “contra la sociedad de su tiempo y sus taras, contra la literatura del momento”, de cómo Cervantes creó y dio forma a la categoría del loco y de la locura al servicio de la humanidad.

El Quijote, una mirada americana se embellece con pinturas e ilustraciones de Goya, Dalí, Chagall, Picasso, entre otros. Y también participa Colombia, con un texto de mi autoría. Tuve la doble suerte de ser invitado a participar en este proyecto y de no saber quiénes serían mis compañeros de aventura. De haberlo sabido los dedos se me habrían entumecido sobre el teclado. Le aposté a la ficción con un cuento titulado Donde se cuenta cómo me encontré con don Quijote de la Mancha en Medellín, cuando la ciudad se llenó de gigantes inventados. Pero como no es de caballeros autorreseñarse, y para que mejor juzguen los lectores, dentro de poco el cuento será editado por Planeta, y un porcentaje de las ventas ayudará a las tantas víctimas de la minas antipersona que hay sembradas en Colombia, donde los monstruos no son, propiamente, molinos de viento.