Molinos de papel

Hollmann Morales

El Colombiano, Noviembre de 2001.

Colaboración especial, Bogotá.

Nació en Medellín, cuando la ciudad era más tranquila. Sus primeros años los vivió al lado del Estadio y de la Calle Colombia. Su mejor amigo era el hijo de un enano, “cuyo nombre no logro recordar, home, era simplemente el hijo del enano y ya”, que cuidaba carros en el Sears.


Cuando Jorge tenía seis años se mudaron a El Poblado, a una casa rodeada de lotes baldíos, que ahora están llenos de edificios apeñuscados. “Fui el mayor de cuatro hijos y el único hombre, ellas se llaman Helena, Ángela y Mónica”.
Su padre, Humberto Franco, sigue siendo industrial y comerciante, y su madre, Olga Ramos, ama de casa.
Estudió la primaria y el bachillerato en el Colegio de San Ignacio, con los jesuitas. “Logré graduarme bachiller con alguna dificultad y el colegio es la única etapa de la vida que no repetiría. El entorno social y familiar estuvo marcado por las costumbres clásicas paisas que se fueron desbaratando apenas terminé el bachillerato y me fui a Londres a botar capote”.
El ambiente artístico lo recibió de su abuelo materno, Benjamín, pintor, de quien aprendió lo fundamental que es la observación para cualquier arte, y del abuelo paterno, Antonio, periodista e intelectual, que lo acercó a los libros y le presentó a Shakespeare.
“Traté de romper esa tradición paisa que busca encarrilar a los hijos en las carreras tradicionales, pero más que ruptura lo importante para mí era la búsqueda, y ese proceso me tomó algún tiempo con muchos desaciertos. Después encontré el cine como medio para darle rienda suelta a un deseo que conservo desde niño: contar historias”, dice con su habitual afabilidad.
Era el primer paso para acercarse a un oficio que temía y respetaba (aún lo sigue temiendo y respetando), pero que a fuerza de escribir guiones, menguó el miedo y comenzó a escribir cuentos, ante la dificultad económica que implica hacer películas.
Con el bicho adentro, regresó a Colombia y entró al taller de escritores de Manuel Mejía Vallejo en la Biblioteca Pública Piloto de Medellín. Estuvo un año y se fue para Bogotá, hace ya diez años, buscando perspectivas en la televisión y en el cine, pero tomó el taller de escritores de Isaías Peña en la Universidad Central, luego estudió literatura en la Universidad Javeriana y “muy tímidamente seguía escribiendo, como decía Isaak Dinesen, sin esperanza y sin desesperar”.
En la universidad conoció al escritor Jaime Echeverri, que dictaba Taller de Creatividad. Con él hubo química y como le gustaron los escritos de Jorge, le ofreció su ayuda para pulirlos. Desde entonces, todo lo que escribe, lo lee y corrige con Jaime, y así organizaron todos sus cuentos en Maldito amor, que ganó el Premio Nacional de Narrativa Pedro Gómez Valderrama.
Este contiene 16 relatos seleccionados entre todo lo que escribió en seis o siete años. Trata sobre las diferentes facetas del amor, sobre la dificultad para amarse y demás.
Religiosidad y sicariato
El premio lo estimuló para escribir su primera novela, Mala noche, finalista en el Premio Nacional de Novela del Ministerio de Cultura, y Premio Nacional de Novela Ciudad de Pereira. Trata sobre una mujer adinerada que va en busca de su hijo al bajo mundo de la noche, en una ciudad cualquiera. No lo encuentra, pero descubre algo totalmente nuevo para ella, descarta su vida de antes y se queda en ese contexto perverso pero tierno, tratando de encontrarse a sí misma.
Luego vino Rosario Tijeras, primero como tesis de grado de su prima psicóloga, María Lucía Correa, donde se hacía un excelente y profundo estudio del fenómeno de la religiosidad en el sicariato. “Allí me encontré con unos testimonios de jovencitas metidas en pandillas de sicarios; ese fue lo que algunos llaman el primer latido para contar toda una historia”. Apoyado en otros estudios, en la evocación y en los recuerdos, nació esta novela.
“Rosario Tijeras, como persona, no existe en la realidad, pero lamentablemente, en Medellín y en Colombia sí hay muchas Rosarios. Tardé dos años en escribirla. Durante este proceso había ganado una beca de creación artística del Ministerio de Cultura, cosa que me animó mucho a terminarla. Hoy día Rosario Tijeras está editada en toda Hispanoamérica, en proceso de traducción a seis idiomas, al inglés será traducida por Gregory Rabassa, el mismo que tradujo Cien años de soledad”.
También ganó en Gijón, España, el Premio Hammett Internacional de Novela y mientras todo esto sucedía, en un lapso de dos años y medio, escribió Paraíso Travel, 242 páginas, impresa por Seix Barral. “Es la historia de un extravío, de una búsqueda y un reencuentro de dos colombianos indocumentados en Nueva York, pero también podría ser la historia de un sueño y un amor frustrados”.
Para escribirla viajó a los sitios donde se desarrolla la historia, Nueva York y México, y como la expectativa era enorme, por Rosario Tijeras, decidió apostarle a la forma, al estilo, al cuidado literario de la historia, “confiando también en la madurez literaria que he adquirido con el pasar de cada libro, y en estos aspectos, puedo decir que Paraíso Travel es el mejor, como espero que el próximo supere éste y así sucesivamente”.