Cecilia Caicedo Jurado
Universidad Tecnológica de Pereira
Mala noche remite al lector al sórdido mundo de la prostitución y desde él al complejo mundo del régimen nocturno, con sus secuelas de violencia, destrucción, aniquilamiento moral y muerte. Y, especialmente, la muerte campea en esa novela que juega bien con la configuración del western y la literatura detectivesca. Gravitando bajo tres personajes del eje argumentativo: el buscador, previsto desde la literatura de naipes; el decapitador, previsto desde la psicopatía; el matador, previsto desde el locutor de radio, el autor logra entrecruzar, de manera ágil, el mundo narrativo, cuyo objeto central consiste en develar el misterio de los asesinatos de varias prostitutas. Los crímenes tienen el mismo perfil: se cometen en la noche, siempre rondando el mismo escenario en una ciudad sin nombre y el puñal asesino cercenando de un tajo las cabezas de las víctimas. Decía que hay western porque en esta novela de Franco Ramos se acoge la estructua de personajes enfrentados: los tres son buscadores, pesquisantes, sujetos que intetan develar los crímenes de las decapitadas. Y es detectivesca porque maneja con tal grado de complejidad la arquitectura narrativa, que el lector se inicia en el juego de la búsqueda sin término, llegando hasta la página final para vislumbrar al asesino en la figura de Lorenza, exactamente el personaje sobre el que recae el menor número de indicios. Sorprende esta novela por su final inesperado y ese es, justamente, uno de sus méritos. A mí me recordó, desde el manejo de la intriga y por lo tanto, del juego sobre la anécdota, ese portento de novela que es Farabeuf, escrita por el mexicano Salvador Elizondo, quien cuenta un crimen, al igual que en Mala noche, procurando al lector pistas falsas, o pistas aparentemente posibles que sólo buscan la complicidad activa y creativa del receptor lectoral, tanto que en la novela de Elizondo el crimen desaparece para posibilitar el desarrollo de otros nudos argumentativos mediante la técnica de deslizar la focalización hacia otros asuntos narrativos, porque todo depende de la reconstrucción de las pistas que realiza el lector.
En Mala noche si bien el objeto es descubrir al asesino, ese hecho se convierte sólo y unicamente en motivo para explorar lo que aquí he llamado el régimen nocturno y, a partir de él, leer el mundo femenino en sus relaciones de vida intensa, afrontada con el medio frenesí, construyendo y asumiendo el presente y no el futuro, porque las decapitadas, conocidas por sus sobrenombres, Soco, Trini, Yoli o Brenda, tipifican desde el mundo de la prostitución no tanto la sordidez del oficio, sino un cuadro de dolor, de soledad, de infinitas angustias, adormecidas en el alcohol y en las penumbras de unas calles recorridas por la muerte. Por eso la novela insiste en descubrir el presente, testificado por Brenda como narradora, vocalizadora y protagonista de la historia.
El tiempo como futuro no existe y el pasado, en consecuencia, se acoge a manera de elan explicador y como tal sólo está tratado como recuerdo memorioso del dolor. Brenda encuadra el tiempo pasado como la cueva mítica que explica su vida roturada: primero, como mujer que fue adinerada y de buena posición explica que renunció a las comodidades habituales por buscar a su hijo que se extravió en la adolescencia; después, recupera el pasado, que da cuenta de su necesidad de liberarse tanto del esposo opresor como del padre conservador que no asumió la independencia de la hija y, en especial, desde el manejo del recuerdo, que es dramatical, pero también existencial, explica su odio a esa aura legendaria que encubre su niñez, época en donde una mala pasada del destino la obligó a soportar el dolor de la pérdida de la madre y a enfrentar, en su reemplazo, la educación adulta y represora en un colegio de monjas.
Desde el régimen nocturno, en esta novela, se reconstituye la historia de la vida cotidiana, desde la noche como elan que la nueva urbe potencia, el desamor, el frío, la soledad: “caminar la ciudad de noche es sacar a pasear la vida de la mano de la muerte”. Así dice la novela. Y, efectivamente, en este texto la noche obliga a acostumbrarse a la muerte porque se parece a ella. Desde la perspectiva anterior, Mala noche se constituye en un estudio de la ciudad nocturna y así está contextualizada para panear, como cámara vertiginosa, las formas de expresión cultural que en ella anidan, que potencian sus garras afiladas para provocar suicidios de adolescentes que buscan una relación idílica con una prostituta vieja, que descubre la tristeza de un crimen, que se envanece con las lágrimas, porque muestra la dureza de asfalto y las luces de neón, porque simplemente huele a vida sin máscaras, sin juego. Y como la noche invoca al mundo de los sueños, desde el plano onírico están los sueños de Brenda hechos pesadillas, como si soñar dormido no fuese, tampoco, permisible, y esta es una manera de aprehender, desde la literatura, el mundo de la vida, como lo hace, por ejemplo, José Saramago, quien en esa bellísima novela titulada Informe sobre la ceguera construye la metáfora del hombre moderno que no tiene capacidad de ver más allá de las falsas imágenes de la impostura diurna.
Regímenes del día o de la noche, son temas claves para entender la crisis del hombre moderno que sucumbe ante el mundo objetual y cosificador, que tan clara y abiertamente es vapuleado en los textos de Jean Baudrillard. La originalidad de la apuesta en escena de este tipo de tematizaciones estriba no en el hecho de que pinten la vida privada, sino en el énfasis con el que se revela su sentido general, su sustancia. Lejos están los cuadros costumbristas y realistas. Las memorias íntimas, como la relatada por Brenda, preparan un amplio y variado análisis de la vida privada, de la cultura interiorizada por el sujeto particular que la sufre en la intensidad de la noche, como homología de las tinieblas del alma individual y social. Y la caricatura del dolor cobra especial fuerza cuando el narrador echa mano de un humor negro con el cual intensifica el tono de carnaval y orgía de muerte, sangre y dolor. Tautología de una realidad social inocultable.
Concluyo citando a Julio Olaciregui que en su novela Trapos al sol afirma “El mundo se sostiene gracias a la fábula de la vida cotidiana”. Desde el manejo narrativo sorprende en Mala noche la capacidad para mover al narrador, la competencia para trasladar la cámara hecha de palabras, de diálogos, de sonidos y de ruidos.