Revista Quimera

Por Mario Lucarda

Antonio está enamorado de Rosario Tijeras; y en eso se queda. Su amor pasa al mundo exterior trastocado: se convierte en cobardía, se vuelve traición a su íntimo amigo, se hace infiel a la confianza. El verso de Dante, “I” amor che move el sole e l”altre stelle”, se invierte para mostrar su aspecto destructivo. Por los remolinos de la sicaria Rosario Tijeras, Antonio, el narrador, va sorteando la deformación de los valores que aparenta la cultura oficial. Frente a la ley de la supervivencia, no hay valor que no quede afectado. Las condiciones que impone la realidad social a la rebelión de Rosario Tijeras convierten esta rebelión en una trágica caricatura. Tampoco es este contexto las buenas intenciones de Antonio logran mejores fines. Pero, en su narración, llevado por su cariño y su amor a Rosario Tijeras, hace de esas muecas un retrato tierno, les da un tinte nostálgico, y les permite escapar del esperpento. Ni Antonio ni Rosario Tijeras logran dar vida a sus ricos interiores; queda, sí, el arrebato de la encendida vitalidad, y una melancolía en la que sobrevive lo mejor de ellos.


Jorge Franco Ramos sitúa el personaje de Rosario Tijeras en el centro de un caótico y desgarrador torbellino. En un extremo pone a Emilio y a su amigo el narrador, de quien sólo al final conocemos el nombre de boca de Rosario. Emilio y Antonio pertenecen a la burguesía acomodada, son gente del esquema; y Emilio, un punto por encima, forma parte de la monarquía criolla: “son de esos que en ningún lado hacen fila porque piensan que no se la merecen”.
Al otro extremo está la barriada de chabolas y miseria donde nació Rosario, una de las varias comunas que rodena Medellín, y en ella, ejerciendo de jefe sicario, su hermano Johnefe. En algún lugar, por encima de todos ellos, planean los duros, los políticos, los mafiosos, los que aparecen en las primeras planas de los rotativos, el la televisión, y todo el mundo conoce.
Centrados por la mente y los sentimientos del narrador, el relato pivota en la relación de tres personajes: los dos amigos, el narrador y Emilio- y Rosario. Es una relación, como tantas otras, basada en tres pilares: el del alma, el del cuerpo y el de la razón, de los cuales los tres llegaron a poseer un poco de cada. En el telón de fondo de la relación de estas tres figuras se enfrentan sin paliativos la realidad de la vida y la realidad de la muerte. Es este crudo fondo donde, los valores que el hombre ha ideado para alcanzar un algo de convivencia se distorsionan, no encajan, se deforman. Y Rosario Tijeras es el ojo desde el que van apareciendo las posibilidades de sobrevivir en tal lugar. De los duros, los políticos, los capos mafiosos, conseguirá el dinero y las posibilidades que le dan un apartamento y una vida cómoda. Pero el sexo con ellos no tiene con ellos no puede ni compararse con el que consigue con Emilio, su vientre plano y sus nalgas duras.
Tampoco los duros le pueden proporcionar ese ascenso a la monarquía criolla que representa la familia de Emilio. La amistad de Antonio, el amigo de Emilio, su comprensión, su abnegación, no ha de poder conseguirla ni de Emilio, ni de Ferney, ni de su hermano.
Pero tampoco quiere renunciar a su comuna, donde es protegida por su hermano y es una reina; allí donde tuvo a su anterior amante, Ferney, al que no quiere olvidar, con quien se siente estrechamente unida, a pesar de ser la novia de Emilio. Y a Emilio y a su amigo nadie los toca; el temible hermano de Rosario, Johnefe, es el que ha impuesto sobre ellos la protección de su fuero. El mundo de Rosario Tijeras es un mundo hecho de partes inconciliables, es un mundo a punto de estallar, donde cada parte tironea sin piedad. Para Rosario no hay solución: se ha metido en el laberinto de la muerte y de ahí no se sale sino acribillado.
En torno a Rosario tijeras, Jorfe Franco Ramos ha conseguido crear, retratar, un microcosmos social. Pero no sólo eso, sino que desvela la deformación que este compuesto social opera sobre las intenciones y las conductas de sus integrantes. Y especialmente de aquellos que aspiran a ser mejores, más nobles y más dignos; especialmente el impacto sobre aquellos espíritus más sensibles y sutiles.
Así, el verdadero relieve de esta ortografía alcanza a ser captado con todos sus matices por el espíritu ensoñador y acobardado del amigo de Emilio. A distancia, porque no tiene el arrojo de meterse en el ojo del torbellino -y por eso su nombre sólo aparece al final-; pero próximo y siempre a mano, porque es fiel, va detectando los diversos componentes de este teatro cruel y cruento. Se odia a sí mismo por no ser capaz de atreverse a declarar el amor que siente por Rosario; pero la distancia obligada de su posición de amigo, junto a la fineza, a su capacidad de percepción y su entrega a la amistad, le permiten acceder a recovecos humanos que los demás, sin advertirlo, pasan por alto.

Su ojo dibuja todo el candor y la brutalidad de Rosario Tijeras, el fervor que por ella siente su hermano Johnefe, la pasión de Ferney, el aturdimiento de Emilio. Sólo esa mirada de perdedor da estos relieves y estos sombreados; esa exaltación de pasión por agarrar la vida en su plenitud, y esa desesperación de Sísifo de nunca lograrla definitivamente, seguramente, tranquilamente. En el mundo configurado por la civilización y las culturas hay un engaño sesgado que oculta las realidades más profundas y cortantes.
La evolución del pensamiento en que el amigo de Emilio va diciendo sus recuerdos , es una variante de la corriente de pensamiento.
Avances y retrocesos, evocaciones que se detallarán más adelante, y una cierta ilación cronológica hábilmente disimulada por Jorge Franco Ramos, conducen a un efecto sobre el lector de recuerdo vivido, de paisajes y detalles cuya entremezclada presencia conforman una mente viva. Que la presencia del hospital se inserte en la evolución de la historia no dota de menor intensidad el hilo narrativo; pues todos los recuerdos del narrador surgen a partir de su larga espera -bajo la fijeza de un reloj que se ha parado-, mientras Rosario Tijeras cosida a balazos lucha contra la muerte su última batalla. Cuando llega a la muerte, llega también el conocimiento de la que el amor le reservó Rosario Tijeras; porque, al final se sabe, el amor de daría todo su sexo, todo su cuerpo, pero nunca llegaría a ser capaz, nunca llegaría al atrevimiento de dar enteramente su persona. Y quien lo supo, lo sufrió y lo vivió, ese narrador difuminado e irrelevante, lo cuenta, asociando esta lucha de amor hasta el último aliento.