Jorge:
Desde la primera vez que te leí, hace ya trece años, supe que había alguien que no iba a dejar de sorprenderme y de admirar. Una manera de adentrarse en los personajes y contar desde cada uno de ellos creando voces sin caer en esquematismos ni caricaturas. Tenías una capacidad inmensa de condensar vidas y hacerlas reales a través de la literatura. Después, con el paso del tiempo, cada una de tus novelas ha sido una sorpresa y una revelación: no te imitas, te reinventas en cada libro. Detrás de esto hay, creo, un inconformismo y un ansia de superación inmensas. Ambición literaria. Querer crear mundos y voces que se muevan y respiren por sí solas, que sean, como toda vida, únicas e infinitas. Tu última novela, Santa suerte, me la leí de dos sentadas (no de una porque decidí detenerme un poco y prolongar el placer un tiempo más).
Tu capacidad de constructor queda acá de manifiesto: armaste una historia a través de varias que convergen hacía un mismo centro. Cada una de ellas nos da pistas, señas, indicios. Se configuran como un inmenso rompecabezas que se va armando a través de los movimientos y desplazamientos del lector. La figura ya sabemos cuál es: una casa incendiándose. Lo que no sabemos es por qué, cuándo y cómo. Cada una de las historias nos lleva al borde de un abismo: vislumbramos el horror, el dolor, la frustración, la resignación a través de voces que se transforman en personajes que nos acompañan y seguimos. No dejo de admirar esa manera de mirar, tan profunda y compleja, sobre la sensibilidad femenina. Te adentras en ellas y nos las revelas.
Creo, también, que en este libro alcanzaste otra cualidad que no te faltaba, por supuesto, sino que acá se condensa: “levedad”. Es una novela que flota y se deja ir en la mente de los lectores sin un esfuerzo mayor que el de ir encontrando las pistas y señales que has ido dejando a lo largo del camino. La levedad sólo se alcanza con el trabajo constante y arduo sobre el lenguaje. En Santa suerte se nota que trabajaste al máximo, despojando la historia de hojarasca o adornos que alejaran al lector de lo esencial. Siempre sé que me vas o sorprender. Nunca me has fallado. La apuesta cada vez es más alta: sé que tienes las fuerzas, las ganas y el talento para jugarla. Siempre he creído que las victorias o derrotas de los amigos o seres que queremos nos pertenecen. En este caso ganamos todos contigo.
El “suerte siempre” con que me despido te acompañe, Jorge. Sé que contigo siempre iremos bien.
Un abrazo
Álvaro Castillo Granada
(Santa suerte, Planeta, Colombia, 2010)