Melodrama para entender la vida

Por Lina María Pérez

En alguna entrevista Jorge Franco confiesa: “Lo que hago con mis novelas es regresar a la forma tradicional de contar historias y creo que es lo que hacen todos los autores honestos”. Las historias sólidas y apasionantes de Franco lo confirman. En Mala noche Brenda-Isabel ha escogido un destino sórdido que la libere del dolor en un mundo de penumbras donde los personajes son “pedazos de crepúsculos que mueren a diario”. Que lo digan Román, el gordo pervertido y Jorjito que termina suicidándose por ella. En el triángulo de Rosario Tijeras con Emilio y Antonio que confluye siempre en ese reloj testigo de una historia en la que Medellín es como un pesebre en el que titilan las balas de los traquetos. En el desencuentro de Marlon y Reina en la Nueva York de Paraíso Travel donde el sueño americano se enfrenta a la pesadilla de Colombia, un país simbolizado en la imagen de “perros aplastados en la mitad del camino y de vez en cuando un burro tendido, o lo que han dejado de él los gallinazos”. Bogotá, Medellín y Nueva York son los escenarios de estos mundos narrativos en los que la urbe devora a sus personajes con sus encantos y sus asperezas, sus misterios y sus perversiones.

Cuando Franco publicó Paraíso Travel en 2001 dijo: “Aun no sé cómo va a ser la próxima novela, pero será para ganar en madurez literaria.” Tuvieron que pasar cinco años para que esa intención se hiciera cuerpo y alma en Melodrama. Su pulso firme de narrador explora esta vez la ciudad de París, territorio de ilusiones y desgarros enfrentada a una Colombia “ donde no hay tiempo para el esplendor. Apenas nos levantamos ya comenzamos a caer.” En Melodrama descubrimos una propuesta novedosa y atrevida que le pide al lector un encuentro con su narrativa distinto al que nos había planteado en sus novelas anteriores. Franco presenta un argumento en el que los destinos de Perla y Vidal se cruzan para probar que la vida es un melodrama con sus deleites y deformidades, con sus burlas e ironías. Pero es en la estructura de ese argumento donde está la fuerza simbólica de su narración. Y como en todo melodrama que se respete, el esquema de relaciones y situaciones familiares y sociales que oscilan entre lo que se vive y lo que se quisiera vivir plantea un espacio intermedio entre la realidad y el deseo. Es el espacio intangible de los recuerdos y de las emociones mirados por Vidal, el narrador, con un aliento que alcanza lo poético en una concepción del Tiempo no como una coordenada convencional que mide los minutos, esos que uno tras otro marcan la docilidad de la vida, sino un Tiempo interior que se rasga, se superpone, se estrella y se bifurca, mezclando instantes del pasado como recurso para entender el presente y soñar el futuro. Para Vidal la única forma de componer su historia que se propone escribir desde el momento que recibe la condena de muerte, es entender el tiempo como símbolo de una espiral “en la que no hay nada que hacer sino dejarse llevar y caer donde el tiempo quiera soltarnos.” Y es ahí, en esa reflexión sobre el tiempo en donde está la clave que enlaza los acontecimientos que Vidal escribe en primera persona como narrador omnisciente.

La voz de Vidal fragmentada en muchas voces se sumerge en los ecos de los dramas que ha padecido desde que fue engendrado hasta que conoce su sentencia de muerte. A partir de ésta decide apropiarse de su historia, examinar los eslabones de una larga cadena compuesta por vivos y muertos que comienza con Libia, su abuela, y se materializa con Perla. Vidal escribe desde un espejo de simultaneidades en el que se mira siendo un niño que estorba en una casa llena de mujeres, en la iglesia en la que tío Amorcito lo pierde para siempre, en la cama abrazado a Perla, en la ceremonia de la boda arreglada entre Perla y el Conde, en los baños turcos, en el refugio de Ilinka, en el Mercedes de la reina del narcotráfico, en un avión volando a París…

Entre las voces de Vidal, la más sugerente es sin duda la que sale de sus propias fotos. Miles de ellas habitan las paredes del apartamento de Perla, que en su manía por derrotar la desesperación por la ausencia de Vidal, recorta y arma collages con las fotos para sentir que si él no está con ella, al menos ella puede armarle una vida. Lo pone en el pasado al lado de Perla niña o en el presente miserable de Perla, o eterniza su presencia en una enorme foto sobre un altar cuya imaginería kish crece según el dolor de Perla. De esta manera, las fotografías se transforman en un espacio simbólico, atemporal, en el que el tiempo se detiene en edades, momentos y emociones. Desde sus fotos Vidal habita con su eterna belleza, es un Dorian Gray enamorado de sí mismo contrapuesto al Vidal que se cadaveriza día a día. El Vidal de las fotos respira y siente dolor ante la agonía y la desesperación de Perla; el Vidal de las fotos se observa y examina las propias fotos de su historia mientras va escribiendo sus recuerdos, sus fantasías y la red de sus relaciones con las mujeres y los hombres que lo marcaron: Perla, Graciela, Ilinka, Suzanne, la mudita, tío Amorcito…. y simultáneamente, va tejiendo el relato negro construido en torno a la investigación de la misteriosa muerte del conde.

Otra de las voces de Vidal procede de su reclusión en el apartamento de Ilinka. Aquí, en homenaje a Hitchcock, Franco pone una ventana desde la que Vidal observa la vida que transcurre al otro lado. Su voz omnisciente sondea las perversiones que lo han marcado desde niño y profundiza en las diversas formas como ha quebrantado su ética individual y su ética social para sumergirse en las zonas más oscuras del cuerpo y del alma. Este Vidal nos habla de la Colombia sórdida y fea embadurnada del monstruo del narcotráfico, y del aire contaminado de tercer mundo que desfila por la radio de Anabel. Vidal observa a París soñada como redención de la vida miserable que tenían Perla y él en Medellín y ahora transformada en escenario de degradación y pesadilla para los dos.

Franco usa el recurso cinematográfico de fundir imágenes para guiarnos en la escritura de Vidal. Empalma acontecimientos en función de las emociones que los suscitaron sin importar el tiempo y el espacio: en París la imagen de Perla bebiendo cognac se funde con la de Vidal bebiéndose la lluvia que cae de las nubes sucias; las ventanas de la peluquería empañadas por la lluvia se funden con el vidrio empañado del carro de tío amorcito; las pastillas que toma Libia se funden con el retroviral que toma Vidal y con el hipotensor que toma el conde; Perla alzando a Vidal recién nacido se funde en Perla ante el cuerpo exhumado del conde; el semen en la ropa de Vidal se funde en el aguardiente en la ropa de Perla.

Vidal asume la escritura como una reivindicación de que se puede contar desde la imaginación, como una necesidad de “desenrollar la bola para poner en orden los acontecimientos” y así dosifica sus vivencias con un hilo de suspenso para que el lector arme los hechos, ciertos o imaginados, pero con una verdad literaria que Franco-Vidal defiende como una manera de descifrar los misterios de la vida. Y la narración dentro del tiempo concebido como una espiral se mueve con su ritmo frenético, nos va soltando en cada uno de los episodios que marcaron la existencia de Vidal y en la telaraña de deseo y pasión que se fue tejiendo desde niño en torno a su belleza, una belleza que duele, redime y condena: “…mi cuerpo imprudente poetizando el amanecer”… “yo hago de hermoso en esta historia porque me dieron el mejor disfraz…”

Se puede decir que Melodrama es la historia de la obstinación de Perla y Vidal por buscar una salida a sus existencias anquilosadas en el moralismo provinciano de Medellín y sólo encuentran un destino turbio y tragicómico en el que lo mismo cabe una mujer que tiene un tigre de mascota, el infierno del sexo mal habido, el fantasma de una niña ahogada, la mujer que escupe la comida que le dará al amante, o una jaula donde se reciben golpes para cambiar por dolor el miedo a morir. Pero detrás de esa síntesis apretada está la historia de una escritura que se abre camino a partir del momento en el que Vidal empieza a vivir su final. Es el relato certero y descarnado de cómo, ante la evidencia de la muerte, Vidal ha emprendido el camino de contarse su historia para liberarse del dolor que ha pesado en su destino: “la gracia de vivir era entender, al final, de qué se trataba la vida”. Es cuando se ve reflejado en la ventana del frente convertido en el escritor al que se le quedaron quietas las manos sobre el teclado.