Por Ángel Basanta| El Cultural
Con esta obra el colombiano Jorge Franco (Medellín, 1962) ganó el XVII Premio Alfaguara. Autor de una media docena de novelas, con algunas de las cuales, por ejemplo Rosario Tijeras (1999), había merecido elogios de críticos y escritores consagrados, Franco cuenta en El mundo de afuera una historia que hunde sus raíces en los cuentos de hadas y se tiñe luego de violencia y sangre, pasando del mundo ilusorio de las narraciones infantiles a la truculencia y excentricidades del cine de los hermanos Coen o de Tarantino, como han explicado algunos miembros del jurado. Aunque conviene destacar que la cruda realidad se impone desde el comienzo de la novela con el boletín informativo del ejército nacional de Colombia en el que se anuncia el secuestro de Diego Echavarría el 8 de agosto de 1971 y se pide al pueblo toda la colaboración que pueda llevar a la localización y rescate del secuestrado y a la captura de sus secuestradores.
Esta información inicial adelanta y destaca tres elementos fundamentales en la construcción de la novela. El primero está en resaltar que la fantasía del cuento de hadas esbozado en las páginas siguientes se quiebra frente a la realidad de la violencia ejercida en la persona de quien intentó levantar semejante anacronismo. El segundo y el tercer elemento son de orden estructural y afectan al espacio y el tiempo en que transcurre la historia novelada: la ciudad de Medellín en los años setenta, es decir, uno de los territorios emblemáticos en la historia colombiana del narcotráfico que en la década siguiente destruirá cuanto de paraíso pudiese haber en aquella tierra.
Franco ha construido una buena novela, de tensión y ritmo crecientes, con personajes redondos El mayor acierto constructivo de la novela está en la narración alternante de las dos ramas de la historia contada mediante un acertado juego de narradores complementarios. En una serie de capítulos se relata, en orden cronológico lineal, la vida del secuestrado y de sus secuestradores a partir de la fecha del suceso; en la otra se recrea, con mayores libertades en la cronología del relato, más fragmentario pero no siempre lineal, la vida pasada del cabecilla de los secuestradores y la peripecia de soltero de don Diego en sus andanzas por Europa, sobre todo en Berlín en los años cincuenta, su emparejamiento con una alemana y su afán por construir en Medellín un castillo medieval siguiendo el modelo del francés de La Rochefoucauld. Y la habilidad constructiva alcanza sus mejores logros, además de en las frecuentes analepsis en las cuales se recuperan episodios del pasado, en la práctica del simultaneísmo temporal, que permite contar a la vez, en fragmentos contiguos del mismo capítulo separados por espacios en blanco, hechos que ocurren al mismo tiempo en espacios diferentes, por ejemplo en la cueva donde esconden al secuestrado y en el castillo donde sus parientes y la policía trabajan por el rescate.
El cuento de hadas imaginado por el poderoso y culto don Diego, amante de la música de Wagner, en el castillo donde vive su hija Isolda, aislada del “mundo de afuera” (de ahí el título de la novela), se transforma en una trágica historia de amor y muerte porque resulta imposible tan completo aislamiento. El ansia de libertad sentida por Isolda, con su turbadora fascinación por una minifalda roja, y la obsesión de un amor enfermizo encarnada en un muchacho marginado darán al traste con el plan ideado por don Diego, de modo semejante a como el paradisíaco Medellín de la infancia del autor será destruido en años siguientes por la violencia y el horror del narcotráfico. No hay lugar para cuentos de hadas en tiempos tan convulsos y encanallados. Ni tampoco para los sueños de un joven sin medios convertido luego en delincuente y traicionado por las personas más queridas.
Con estos temas y motivos entreverados de fantasía y realidad Jorge Franco ha construido una buena novela, de tensión y ritmo crecientes, con algunos personajes redondos y una lograda síntesis de narratividad, diálogos ágiles en su espontaneidad y fluidez, más la riqueza simbólica y el interés de la parodia y el humor (por ejemplo, en la figura del esotérico detective contratado).